Poco antes de morir, una ancianita escribió quién era
realmente. Cuando su enfermera encontró su nota, se quedó sin palabras.
Cada día miles de ancianos mueren en residencias. Muchos
llevan años esperando la visita o llamada de sus familiares. Por desgracia, hoy
en día la gente está muy ocupada o simplemente no tiene ganas de visitar a sus
seres queridos. Al final de sus vidas a muchos ancianos lo que les espera es
una vida en soledad. Estos mueren tristes, llenos de amargura y decepción.
Algunos se dan por vencidos antes de que les llegue su hora.
Este parece ser el caso de la mujer de esta historia. Las
enfermeras pensaron que la anciana estaba ya muy senil y simplemente esperaba a
la muerte. De vez en cuando murmuraba algo sarcástico para sus adentros, pero
estaba claro que ya no reconocía lo que sucedía a su alrededor.
Tras su muerte, sus cuidadores encontraron una carta en su
escritorio que lo cambió todo.
Mientras leían las siguientes líneas, podían
sentir el dolor y tristeza de la ancianita:
“¿Qué veis vosotras, enfermeras? ¿Qué veis?
¿Qué pensáis cuando me veis?
Una vieja cascarrabias, no muy lista.
Con hábitos extraños y mirada distante.
A la que la comida le cae por la comisura de los labios y
nunca responde.
A la que decís en alto: “Al menos podría intentarlo”.
Que parece no darse cuenta de las cosas que hacéis.
Y que siempre pierde algo. ¿Un calcetín o un zapato?
Que, oponiendo resistencia o sin oponerla, deja que hagáis
lo que queráis.
Que ocupa sus largos días con el baño o la comida.
¿Es eso lo que pensáis? ¿Es eso lo que veis?
Pues entonces abrid los ojos, enfermeras, vosotras no me
veis.
Os diré quién soy, ahora que estoy sentada
haciendo lo que me decís y comiendo cuando me pedís
Soy una niña de 10 años, con padre y madre,
hermanos y hermanas, que se quieren.
Una chica de 16 con alas en los pies,
que sueña con encontrar pronto el amor.
Una novia con 20, a la que el corazón le brinca.
Que recuerda los votos que prometió cumplir.
Que con 25 ya tiene sus propios niños,
a os que ha de guiar y dar un seguro hogar.
Una mujer de 30, cuyos hijos crecen rápido.
Unidos los unos a los otros con lazos que han de durar.
Con 40, mis jóvenes hijos han crecido y se han ido.
Pero mi marido está conmigo para que no entristezca.
Con 50 vuelven a jugar bebés en mi regazo.
Volvemos a conocer a niños, mi amor y yo.
Días oscuros sobre mí, mi marido ha muerto.
Miro al futuro y me estremezco.
Mis hijos tienen sus propios hijos.
Y pienso en los años y en el amor que conocí.
Yo soy ahora una vieja. La naturaleza es terrible.
Me río de mi edad como una idiota.
Mi cuerpo se viene abajo. Gracia y fuerza se despiden.
Ahora solo queda una piedra, donde latía un corazón.
Pero en esta vieja carcasa aún vive una mujer joven.
Y mi maltrecho corazón se hincha.
Me acuerdo de las alegrías, me acuerdo de las penas.
Y vivo y amo, todos los días.
Pienso en los años, tan pocos y que se fueron tan rápido.
Acepto el hecho de que nada puede quedar.
Así que abrid los ojos. Abridlos y mirad.
Nada de vieja cascarrabias.
Mirad más de cerca. ¡Vedme a MÍ!”.
Estas palabras son la muestra de que tras cada rostro se
esconde una historia. Cada persona mayor tiene un pasado; lleno de buenos y
malos momentos. Y aunque no sea fácil cuidar de los mayores, tras ellos hay
mucho más de lo que vemos. Se han ganado nuestro respeto y atención.
Quizás
este poema nos ayude a todos a prestarles más atención a los miembros mayores
de nuestra familia. Después de todo, si tenemos la suerte de vivir una larga
vida, nos veremos en su lugar.
*Cortesia y créditos de la nota: Newsner
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