LA PRACTICA DE LA SOLEDAD DELIBERADA
Para poder conversar con lo femenino salvaje una mujer tiene que abandonar transitoriamente el mundo y sumirse en un estado de soledad en el sentido más antiguo de la palabra. Hace tiempo, el adjetivo inglés alone [solo], equivalía a dos palabras: all one, es decir, “todo uno”. Ser todo uno significaba ser una unidad total, una unicidad, tanto con carácter esencial como transitorio. Éste es precisamente el objetivo de la soledad, ser totalmente uno mismo. Es la mejor cura para el estado de extremo cansancio habitual en las mujeres modernas, el que las induce a “saltar a la grupa de su caballo y lanzarse al galope en todas direcciones”.
La soledad, no es ausencia de energía o acción tal como algunos creen, sino una abundancia de provisiones salvajes que el alma nos transmite. En tiempos antiguos, tal como sabemos a través de los médicos-sanadores religiosos y místicos, la soledad deliberada era no sólo paliativa sino también preventiva. Se utilizaba para curar la fatiga y prevenir el cansancio. También se usaba como oráculo, como medio para escuchar el yo interior y pedirle unos consejos y una guía imposibles de escuchar en medio del estruendo de la vida cotidiana.
Las mujeres de la antigüedad y las modernas aborígenes solían crear un lugar sagrado para esta clase de comunión y búsqueda. Dicen que tradicionalmente se establecía durante el período menstrual de las mujeres, pues en estos días una mujer vive mucho más cerca de su propio conocimiento que de costumbre; el espesor de la membrana que separa la mente inconsciente de la consciente se reduce considerablemente. Los sentimientos, los recuerdos, las sensaciones que normalmente están bloqueados penetran en la conciencia sin ninguna dificultad. Si una mujer se adentra en la soledad en este período, tiene más material para examinar.
No obstante, en mis intercambios con las mujeres de las tribus del Norte, Centro y Sudamérica así como con las de algunas tribus eslavas, descubro que los “lugares femeninos” se utilizaban en cualquier momento y no solo durante la menstruación; más aún, cada mujer disponía de su propio “lugar femenino”, el cual consistía a menudo en un determinado árbol o punto de la orilla del río o en algún espacio de un bosque o desierto natural o una gruta marina.
Mi experiencia en el análisis de las mujeres me lleva a pensar que buena parte de los trastornos premenstruales de las mujeres modernas no es sólo un síndrome físico sino también una consecuencia de su necesidad insatisfecha de dedicar el tiempo suficiente a revitalizarse y renovarse.
Siempre me río cuando alguien menciona a los primeros antropólogos, según los cuáles en muchas tribus las mujeres que menstruaban se consideraban “impuras” y eran obligadas a alejarse del poblado hasta que “terminaban”. Todas las mujeres saben que, aunque hubiera un forzoso exilio ritual de este tipo, cada una de ellas sin excepción, al llegar este momento, abandonaba la aldea con la cabeza tristemente inclinada, por lo menos hasta que se perdía de vista, y después rompía repentinamente a bailar y se pasaba el resto del camino muerta de risa.
Como en el cuento, si practicamos habitualmente la soledad deliberada, favorecemos nuestra conversación con el alma salvaje que se acerca a nuestra orilla. Y lo hacemos no sólo para “estar cerca” de la naturaleza salvaje del alma sino también, como en la mística tradición de tiempos inmemorables, para hacer preguntas y para que el alma nos aconseje.
¿Cómo se evoca el alma? Hay muchas maneras: por medio de la meditación o con los ritmos de la carrera, el tambor, el canto, la escritura, la composición musical, las visiones hermosas, la plegaria, la contemplación, el rito y los rituales, el silencio e incluso los estados de ánimo y las ideas que nos fascinan. Todas esas cosas son llamadas psíquicas que hacen salir el alma de su morada.
– Clarissa Pinkola Estés.
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